Le obligaron a sentarse en el sofá, junto a sus zapatos, sus vestidos, sus fotos.
Todo ello formaba un espeluznante altar en torno al hombre atado y amordazado.
Fue cosa de Lucía, espiritual, pura. Cree en las almas. Practica psicoterapia espiritual.
Así que cuando bajaron a casa de Conchi la vecina tras oír sus desgarradores gritos, ella tomó el mando. Roberto, asiendo aún el cuchillo ensangrentado estaba sonado y no opuso resistencia. No llamaron a la policía. Lucía luchó por salvar su alma. Lloró, le exorcizó, limpió sus chacras. Pero nada funcionó. Comedme el nabo- fue su único comentario.
Decidió entonces convertirle en un ser de luz. El queroseno ayudó bastante.
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