miércoles, 21 de abril de 2010

Transiciones


25 son muchos años. Son los que necesita un espermatozoide en convertirse primero en un ente con patas llorón y cagón, luego en un ente miserable que sopla el matasuegras sin compasión en navidad. Luego un ente granudo insoportable, luego un acólito del botellón y luego un licenciado miserable currando en telemarketing de Vodafone. Sí , 25 son muchos años. Incluso para un espermatozoide. Pero si ya tienes 82, 25 son muchísimos años. Cuando acabes, con tu pulso, cualquiera te pone a servir los Ferrero Rocher en la recepción del embajador.

Eso es lo que le ha caído a Reinaldo Bignone, el último dictador argentino por su confesado arte de desaparición de personas. 30.000 almas esfumadas. Al juez no le ha ablandado su aspecto de viejito de hacer calceta. Ya se estará arrepintiendo el abuelito. No de sus crímenes, claro. Sino de ser argentino y no ibérico. Por estas tierras, a estas alturas sería senador y sus desapariciones serían pequeñas “evaporaciones personales fortuitas”, nada por lo que uno deba ser juzgado.

Hace poco tiempo, un político patrio (no importa quién ni de qué partido) daba una charla en Argentina y con el tono paternal del padre que explica a sus hijos con menos luces (ignorantes boluditos) les versaba sobre el encomiable ejemplo para la humanidad que suponía la transición española. De su lengua pastosa bullían palabros como reconciliación, unidad, perdón. Una vez presta la lagrimilla a saltar del ojo del oyente, se atrevía a sugerir al público boludito a seguir la senda de la madre patria. No les dio unas palmaditas en la espalda porque eran muchos. Cuando fue preguntado el felón por los desaparecidos hispanos puso cara de sorber un trago de vinagre y conjugó en una frase cosas como perdón, no revanchismo, no mirar hacia atrás, superar el pasado. Me imagino a este político en el juicio por el asesinato de su mujer y su hija asintiendo complaciente cuando el juez, al absolver al asesino afirma que “hay que ser comprensivo con el prójimo”, “no hay que mirar hacia atrás” “no hay que buscar revancha” y “hay que superar el pasado”.

Si en algo es ejemplo la transición española es de tibieza, algo viscoso entre la cobardía y la política, un ejemplo extremo de diplomacia, quizá. Pero a cambio de la justicia, del olvido y del “aquí no ha pasado nada”. Los gestores de la dictadura o sus acólitos se tornaron demócratas acérrimos sin rasgarse las vestiduras . Algunos llegan a presidentes del COI a los que glosar el día de su muerte. Otros afirman que fueron demócratas en la sombra dentro del régimen, larvas que lo carcomieron por dentro. Y otros se hacen jueces que se encargan de enterrar en vida a los jueces que quieren desenterrar a los muertos. Los muertos; esos incómodos subterráneos que pugnan por salir en los momentos más inoportunos. Es fácil hablar, había que estar allí. Quizá no hubo otra vía. Quizá sí. Pero, por Dios, no insultéis la inteligencia ni la ética de la Gente con mayúsculas dando lecciones al mundo sobre lo que es la Democracia con mayúsculas o la Transición con mayúsculas.