Le confesé a mi padre lo que había hecho. Me armé de valor y decidí coger el toro por los cuernos.
Le expliqué los motivos que me empujaron a hacerlo. Le dije que no fue adrede, que no viera en ello un acto de rebelión. Le hablé de mis pesadillas desde que los hombres de negro se llevaron al tío Angus. De mi ansiedad desde que mamá se fue. Incluso de mis problemas gástricos.
De alguna forma necesitaba confesarlo y aceptar el castigo.
A nadie le va a gustar encontrarse mis heces a la entrada del comedor.
A nadie le va a gustar encontrarse mis heces a la entrada del comedor.
Mi padre me dedicó una lánguida mirada bovina. Y siguió pastando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario