Hay gente empeñada en amargarnos la existencia de milyuna formas y que disfrutan luego como posesos contemplando el resultado de sus desatinos. Algunas de estas personas son inventores y, Dios sabe cómo, nos han colado una serie de inventos que, lejos de hacer nuestra vida más fácil, nos provocan una mala hostia que nos hacen pensar en porqué sus madres no inventaron (y practicaron) la virginidad como método anticonceptivo. Son unos artilugios que, a pesar de su total inutilidad, se han colado por todas partes y nos persiguen compulsivamente.
Alguno de mis amigos y muchos de mis enemigos opinan que mi conocida falta de habilidad manipulativo-espacial (o sea “absoluta torpeza”) puede está detrás de mi falta de amor y comprensión por alguno de estos trastos infectos. Pero mienten. No hay ser humano, en su sano juicio, que les pueda tener afecto alguno a estas cosas.
Este es el listado maldito que esos miserables aprendices de Da Vinci nos han colocado; los 3 que más nervioso me ponen:
El Abrefácil: Encima con recochineo. Abre fácil. Tú coges la botella de leche. Lees en la parte superior “abre” “fácil” y piensas “coño, esto debe de abrirse….fácil”. Y tú con una ingenuidad rallana en la imbecilidad, estiras por la línea de puntos, como dice el prospecto. Primeros lagrimones de leche que acaban en la mesa. Te dispones a servir la leche y un torrente de leche comienza a caer en todas direcciones excepto en la taza que tienes debajo. Entonces, coges las tijeras, haces un corte como Dios manda y por fin observas cómo cae un chorrillo uniforme dentro de tu taza. Te quedas mirando la caja de leche y le preguntas ¿pero qué coño de abrefácil?” La caja no suele responder (lo sé por experiencia) pero para cajas la que se estará partiendo el inventor imaginándose a sus pardillos “clientes”.
El secamanos: Estás en los baños de la estación de autobuses. Acabas de efectúar una micción satisfactoria, incluido la última sacudida para terminar de animar a la gotita remolona que siempre queda (si eres fémina nunca podrás entender lo jodida que es la última gotita). Todavía estás tatareando con esa alegría insconsciente que causa realizar a gusto las funciones fisiológicas. Vas al lavabo a limpiarte las manos (que sí, que nos limpiamos, desconfiadas) Y una vez, mojadas, enjabonadas y enjuagadas, te dispones a secarte las manos. Antes siempre había unas toallitas de papel. Ahora no, ahora hay aparato automático secamanos. Qué bien! Este es más fácil. Pones las manos, das al botón y ya está. Sólo hay un problema: Que no seca!!!! Nadie se ha dado cuenta?? Tú pones las manos, pasan los segundos y por mucho que te frotes te das cuenta que eso no seca ni hos…tias. Y sigues más tiempo….y las manos siguen igual de mojadas. Así, que, cuando ya estás harto de refrotearte las manos sin resultados, te secas en el vaquero y te acuerdas de la madre del que lo inventó y de la mala leche del que lo compró.
El cepillo eléctrico: Te acabas de comprar un cepillo eléctrico. Ya pueden temblar sarros, bacterias, caries y neurosis paranoide, si se tercia. Y ahí que lo blandes como si fueras Santiago Matamoros antes de las cruzadas. Mas pronto empiezan los problemas. Uno: Te ha costado un Potosí. Dos: Pesa como un demonio, Tres: Va a pilas, con el coñazo que eso supone. Y cuatro: con el motorcito, el calorcito y la humedad del baño pilla hongos que, si te descuidas, parece una plantación de champiñones. Pero limpiará bien los dientes? Más cómodo al menos? Pues no, no te engañes, cuesta el mismo esfuerzo que con un cepillo normal (más incluso por el peso) y te limpia exactamente igual. El sarro se desternillará en tu boca viendo la futilidad de tus esfuerzos homicidas hacia él.
Por Dios, hagamos una manifa y pidamos la derogación por decreto-ley de estos artefactos. Antes de que nos vuelvan locos.
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