domingo, 7 de diciembre de 2008

Cena Torneo Puente Foral

Lucerita era alegre y simpática. Pizpireta. Amiga de sus amigas. Nunca nadie habló mal de ella. Bueno, a veces, Azucena le lanzaba alguna puya pero sólo era porque le tenía envidia. Lucerita era feliz y le gustaba pasear por el campo. También le gustaba Ojeroso, pero nunca se atrevió a decirle nada. Era pudorosa Lucerita.

Un día, Pedro, el ganadero le dijo que quería presentarle a unos amigos del ajedrez. Lucerita se puso muy contenta. Le gustaba conocer gente y, más aún, si eran ajedrecistas. Siempre quiso aprender a jugar al ajedrez. Pedro le dijo que tenía que ponerse guapa y la llevó a "el cuarto de maquillaje".

Allí, el malvado ganadero le segó la cabeza, la troceó y envió sus macabros restos al asador Olave.Allí, una panda salvaje de ajedrecistas del puente foral, lejos de apiadarse de la pobre lucerita, dieron cuenta de sus restos son bárbara saña. No hubo minuto de silencio por lucerita.

No presidió su foto la mesa. Nadie le enseñó a jugar al ajedrez. Solo hubo 20 ajedrecistas ansiosos, que dieron rienda suelta a sus instintos caníbales. Cuelgo su foto para advertencia de los lectores. Por favor, alejen a sus hijas de estas personas.Pues sí, tuvo lugar ayer la cena del torneo Puente Foral. Allí jugadores y mirones tuvimos ocasión si no de mostrar el ajedrez que llevamos dentro sí, al menos, la considerable y generosa capacidad de mandíbulas y saques.

Chuletón de categoría gran maestro al que no hicimos ningún asco y abundante caldo reserva al que le hicimos menos asco aún.

A los postres, el ínclito Yogur amenizó y amenazó la velada con lo peor de su repertorio vocal, que fue seguido y coreado por el resto de ajedrecistas comensales para mayúscula sorpresa del resto de cenantes del local. Basto y vasto repertorio el del lácteo individuo, que tuvo un rotundo éxito.

Tras la cena, los más animados se fueron a difundir el ajedrez por la noche pamplonica. Más de una farola habrá recibido lecciones sobre las últimas líneas de la Caro Khan. Servidor, víctima de mi brazo en cabestrante, por un lado, y de mi rígida moral victoriana, por otro, se fue formalico a casa.

Por cierto, Lucerita pudo disfrutar de un último acto de venganza, dinamitando el último empaste de mi muela. Maja era lucerita. Pero también rencorosilla.

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