lunes, 4 de mayo de 2009

Cateto a babor. The remake. Tres orvinas y un crucero.

26 de abril. 15.05. El suelo se mueve. Dios, Resaca? Alucinaciones? Dispepsia? A ver si va ser el barco. Joder, que estamos en un barco. Qué hacen tres orvinas en un barco? A) Jugar un torneo B) arrasar con el buffet del desayuno C) Hacer turismo chungo d) Todas las anteriores son correctas. Pues nada, una semanita de vacaciones fuera de temporada y nos encontramos un torneo flotante de ajedrez. Allá que nos vamos Iñaki, Monje y servidor, de crucero.

El barco
Otia. Yo pensaba que un crucero era una versión levemente mejorada de una barcaza ballenera pero sin arpón. Pero los datos empezaban a desmontar mi teoría. 1800 turistas y 650 tripulantes. Con mis matemáticas de EGB me sale a 1 tripulante por tres turistas. No es posible. Subo al barco. Es posible. Un enjambre de chaquetas amarillas pululan por todos los vericuetos de la chalupa. En las habitaciones, en los restaurantes, en los bares…en la sopa. Todos dicen continuamente: -“está todo bien, señor? - Quiere algo el señor? (De qué señor hablan?). -Le interesa una oferta de vino irrrresistible??- Que no, coño. -Vasco, verdad? Dice el andoba sin perder su beatífica sonrisa bruñida en bronce en la cara. A veces, queda gracioso. Otras agobiante. En el bufet del desayuno, si dejas un plato a la mesa, no pasan 3 segundos sin que un amarillo se lo lleve. Si te vas a hacer una nueva razzia a la zona del bacon, olvídate de recuperar a la vuelta ni los restos de tu café ni tus cubiertos. El barco impresionante. Como un hotel tumbado. Con su gimnasio, sauna, piscinas, bares, restaurantes,pingpong…futbolo, incluso. Todo ello dirigido por el ínclito comandante Giuseppe Lomi, la Voz que resuena periódicamente en todo el barco. El hombre que repite todas las cifras. “Signore pasaheros, prossimamente arrivamos a Roma a las Otto. A las otto. Pueden salire por la puerta cinco. Puerta cinco.”

La comida.
La comida mucha y buena. Un bufete del desayuno inmenso. Mis colegas tuvieron que ponerme el mismo lema que la DGT: “Ponle freno”. La cena era de nivel, con platos de esos que tardas más en leerlos que en comértelos. Claro que en cuanto descubrimos que Israel, el camarero, era sobornable a cambio de una buena puntuación en la encuesta final, pudimos repetir platos sin freno. Con este panorama, para evitar una explosión corporal que esparciera nuestras vísceras por medio barco, tomamos la juiciosa decisión de prescindir de los almuerzos.

El viaje.
La idea es sencilla. Navegas de noche. El bicho atraca a primera hora en el puerto. Ducha, desayuno y cubierta cinco. Si tienes el viaje contratado, a)una amable y bella señorita, de chaqueta amarilla, te lleva a tu grupúsculo, donde te pones a balar hasta que llega el pastor y te lleva a pastar en los pedruscos de postín de la ciudad en cuestión. Si no contratas viaje, b) una señorita menos bella y menos amable te arroja unos mapas a la cara con las cosas para ver. Nosotros opción b, claro está. Yo iba al viaje con Monje e Iñaki, más conocidos en el club por su mano derecha diseñada para la aprehensión de cubatas que por su ansiosas ganas de deglución de culturas ajenas. Sorprendentemente, se han tornado en este viaje en incansables turistas y devoradores de iglesias, plazas y pedruscos varios así como en foteros de postín.
A las 6 de la tarde, retorno al barco y a jugar la partidilla, mientras el velero arrancaba motores.

Los pedruscos.
Los destinos empezaron por Villefranche, un pueblecillo pesquero junto a Niza. Un Bermeo francés, vamos. Eso sí, calló el diluvio universal que nos devolvió calados hasta los huesos al camarote pero eso sí, con el obligatorio carromato de fotos. De ahí a Livorno. Está junto a Pisa, donde vimos, cómo no, la torre y pedruscos varios de los alrededores. Bonito. Algo pastelón para mi gusto. Luego vino Roma. Empezamos allí, Dios mediante, por el Vaticano. Cuál es nuestra sorpresa cuando nos encontramos allí con el Papa en persona. La plaza repleta de incontables grupos de santurrones, venidos de todas partes y en un atrio elevado, el Papa dirigiendo su alocución en tropecientos idiomas. Nos bendijo a todos los presentes así que bendecidos y santificados estamos por su Santidad, que lo sepáis.
Eso sí, unos señores con ametralladoras nos impidieron el paso a la cúpula de San Pedro. Nuestra recién estrenada santificación no pareció inmutarles.
Luego nos hicimos el inevitable circuito de plazas, panteón…Sí, sí, ya puestos, como buenos guiris echamos las moneditas en la fuente. Oye, si te metes en el papel, que sea hasta el fondo.
Al día siguiente a Nápoles. Nápoles es el caos. Los semáforos son sólo consejillos optativos para conductores y peatones. El tren que nos llevó a Pompeya avergonzaría a un ruandés. En fin, Napoli. En Pompeya, vimos los cachos de la ciudad que se salvaron del volcán. Incluyendo los restos gasificados y petrificados de los pompeyanos más lentos. Por último, pisamos Africa. Tunez. Un mercadillo gigante donde cienes de tenderos con un castellano básico pero efectivo te arrastraban (literalmente) a sus tiendas para venderte esos bonitos objetos que provocan la inevitable pregunta de tu cónyuge al volver: “qué coño es esto?”.

Los cruceristas.
La peña del crucero se dividía en grandes grupos: acólitos del inserso, familias reproductoras, parejas sueltas y adolescentes prepúberes de varios institutos. Y entre ese abismo de edades estábamos nosotros. A la noche, las ofertas para salir eran desoladoras. Por un lado, estaba el abuelódromo. Es un sitio infame donde, si te descuidas, se te pueden formar seres malignos como “La conga” o te puede aparecer paquitoelchocolatero, torero, o canciones que podrían será amigas de estas dos. Y todo ello aliñado y condimentado por…..tachán tachán,... el Equipo de Animación. Son unos pavos con pintas de gigolós (también hay chicas pero pocas) y que son unos “marchosos” (unos “macarras”, según el speaker). El primer día tuvimos que asistir a la elección de mister Celebration (el barco se llama Grand Celebration). Huimos de ahí a la discoteca, donde se encontraban los adolescentes (hay grupos inmensos que han venido, muchos de ellos, vascos). Dios mío, con los granos que había en la discoteca se habría podido llenar la piscina. Ese fue el panorama diario. Bueno, había un bar de jazz potable donde echarnos un cubatilla.

El torneo.
Lo que iba a ser un macrotorneo, se quedó en un torneo familiar con 15 ajedreceros (nosotros incluidos). Gran trabajo del organizador, Pere Reginaldo, que se desvivió por nosotros y consiguió fomentar muy buen rollo entre los participantes. Nosotros salíamos con el ranking 3, 4 y 8. En la última ronda, jugamos Iñaki y yo por el título. Hicimos tablas (jugadas) e Iñaki fue el justo vencedor del torneo, sin perder partida. Se está haciendo un experto de este tipo de torneos. Yo quedé 4º y Monje 5º. Con ello, a Iñaki le salió gratis el crucero y Monje y yo nos pagamos los cubatas y cañas de la semana. Más que aceptable el botín. Ojo que Reginaldo amenaza con hacer más torneos de este tipo el próximo año con otras rutas.

Con esto acabamos nuestra experiencia marina por el mediterráneo. Un balance más que positivo el que sacamos de todo esto. Cuesta volver ahora a esta aburrida tierra firme donde no hay bufet, amarillos, ni equipo de animación. Ni siquiera el comandante Lemi para decirme que son las “trece trentta”. “Trece trentta”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://chess-results.com/tnr21266.aspx?art=1&lan=2&turdet=YES&m=-1&wi=1000