Mombi, cuando acabe el torneo te vas a poner ciego a tortilla, ¿te vas a comer ahora un pincho de tortilla AHORA?
La
mano de Mombi se detuvo a escasos centímetros de su boca y el tiempo se
detuvo durante unas décimas de segundo. El entorno ayudaba a ello; la
terraza del bar en una inmensa avenida vitoriana totalmente vacía a las
10 de la mañana. Juraría que había voladeras de paja dando botes por la
calle arrastradas por el viento.Por un momento, creía que me iba a hacer caso; que abandonaría la tortilla, el torneo, el Orvina, el ajedrez. Pero en lugar de eso, se metió el inmenso bocado y sólo dijo:
-Vete a tomar por el culo.
Respiré
tranquilo, hay cosas que no deben cambiar. Allí estábamos en el torneo
de San Viator, cita ya obligada para nosotros que llevamos jugando
chorrocientas ediciones (la estadística se la dejo a Iñaki). Para el evento, juntamos los restos que el club había rescatado de la escombrera para defender
un título del año pasado; tarea que se nos hacía asaz complicada. Y es
que compromisos, pereza, edad y parejas hacen difícil ya conseguir un
miserable equipo de 4 jugadores. Para esta cita nos juntamos Mombi, Mikel Ortega, que ya no engaña como un “simple crío” , Ochoa, y el que escupe estas
letras.
Los
rivales parece que también sufrían para juntar los equipos y se veían
equipos míticos de liga vasca pero confeccionados también con petachos
de voluntarios arrancados seguramente de sus camas. Destacaban los
anfitriones de San Viator con Astasio, los arrasatearlutzianos de Alcaide, y los portugalujos de Lococo, los gureas de Idiazabal y los eguidazus.
Voces
malpensantes e insidiosas plantean la fórmula matemática de que la
presencia de maestros es directamente proporcional a la cuantía en
metálico de los premios. Pero eso sería tanto como decir que al ajedrez
se juega por dinero y todos sabemos que eso no es cierto. El hecho de
que, en este caso la presencia de maestros y los premios coincidan en el
número 0 no es más que una mera coincidencia.
Dirigiendo
el torneo el ínclito Albaina, uno de los imprescindibles del torneo. Dos grupos de 9 y se clasifican 2. La
madera se empezaba a mover a eso de las diez y media en el modernista
edificio del San Viator. Corrían las rondas y acabábamos primeros en
nuestro, más bien asequible, grupo. Con llegar a la fase final nos
dábamos con un canto en los dientes antes de empezar. Junto con nosotros
los portugalujos, mientras que arrasates y los anfitriones hacían
lo propio en su grupo. En la fase final, y con algo de potra en algún
momento, dos empates y una victoria mínima nos daban un sorprendente
triunfo ganando en el desempate a los guipuzcoanos y quedando terceros los
de Astasio. Villalta ganó el mejor jugador, con
pleno de victorias
(creo). De los nuestros, enorme torneo de Ochoa, un 1.500 que sacó un
porrón de puntos y buen trabajo de Ortega, que se dejó sólo dos.
Tras
el torneo, asistimos a la cruel entrega de premios. Cruel porque es muy
cruel aguantar impasible los discursos de agradecimiento de Albaina
mientras las croquetas y las tortillas humeaban apetitosas a escasos
centímetros de salivantes ajedrecistas, voraces ya a eso de las dos y
media. Pero todo acaba; las entregas también y nos pudimos entregar a la
deglución compulsiva de viandas, arrojadas generosamente por los
viatorianos. Ahí los Orvinas sí somos maestros como pudimos demostrar
nuevamente.
Y
con eso dimos por bien empleada la mañana en un buen torneo, cita ya
casi obligada para nosotros y al que no habremos de faltar en próximas
ediciones.
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