Antes de ver lo que Arturito, el repetidor, llevaba en su caja de compases todos estábamos expectantes.
-Vais a flipar.
De la caja sacó con pinzas un dedo ensangrentado y cercenado.
Silencio gélido. Caras boquiabiertas.
– ¿¿Dónde lo has encontrado?? Hay que avisar a los profes! O a la policía!.
– Calma. Nadie va a avisar a nadie. Esto estaba enterrado en el claustro.
Silencio de nuevo. El claustro estaba totalmente prohibido a los alumnos.
– ¿Y qué vas a hacer?
– Yo qué sé, enterrarlo otra vez.
Solo yo reconocí ese dedo. Era de Rosita, la asistente y amante del rector. Yo también me acostaba con ella. Pero mejor callar, que ya sé cómo acaban estas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario