Se las prometía felices en los inicios de la defensa india de rey. Las operaciones en el flanco de dama se antojaban jugosas y era cuestión de tiempo el hundimiento del rival. Pero llegó el bloqueo. Un simple error y los peones se quedaron sin avance y las piezas ligeras sin casillas. Y llegó la reacción del negro por el flanco de rey. Los peones de f, g y h avistan ya el enroque y es cuestión de pocas jugadas que penetren en el enroque y masacren a mi monarca.
Me juego mucho en este envite. Mi rival también. Una victoria supone acceder a una beca deportiva. Un entrenador, dinero y acceso a torneos. Una derrota es volver a la frutería de mi tío, Resignado hago la jugada que abre el enroque y que terminará de hundirme.
De pronto, mi rival empieza a toser de forma incontrolada. Se levanta y se va al baño. Vuelve tiritando, tiene la cara roja. No me había fijado. Tiene todos los síntomas. Se levanta compungido. Esboza una disculpa. Y se va corriendo de la sala. Me quedo solo. Mi posición está perdida pero está claro que no va a volver. Es mi oportunidad. Lo medito cuidadosamente. Al final, paro el reloj y firmo mi derrota en la plantilla. No sé, al final tampoco me disgusta tanto el olor del brócoli a las 5 de la mañana.
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